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Óscar de la Borbolla

28/05/2018 - 12:02 am

Las vidas inútiles

Todos, alguna vez, respecto de alguien que a nuestro parecer se malogró, hemos pensado o dicho que su vida fue inútil. Inútil porque la desaprovechó, o no consiguió lo que se proponía, o porque no ayudó en nada a nadie o, sencillamente porque como se dice, vino al mundo de balde y se fue sin […]

Ciertamente no hay vidas inútiles; aunque no estaría de más que cada quien, incluido yo por supuesto, procurara hacer un poco más para justificar su tránsito y estancia en este tan caminado mundo. Foto: Óscar de la Borbolla

Todos, alguna vez, respecto de alguien que a nuestro parecer se malogró, hemos pensado o dicho que su vida fue inútil. Inútil porque la desaprovechó, o no consiguió lo que se proponía, o porque no ayudó en nada a nadie o, sencillamente porque como se dice, vino al mundo de balde y se fue sin pena ni gloria. Incluso muchas personas llegan a la triste conclusión de que su vida ha sido un despropósito o un esfuerzo que no tuvo sentido. Preguntemos entonces:¿habrá vidas inútiles?, y dejemos que la pregunta se asiente en nosotros, que caiga en nuestra conciencia como caen las piedras en los lagos formando ondas.

¿Habrá vidas inútiles? Lo primero que me viene como respuesta es NO. Un no enfático que dicta mi conciencia moral. Pero descubro que este NO algo tiene de demagógico, pues se coordina de maravilla con lo políticamente correcto. “Todas las vidas son valiosas, hasta las más insignificantes”, dice el políticamente correcto, aquel cuyo dicho hoy se oye bien. Pero, ¿qué es lo que resuena por debajo de esta frase: “hasta las más insignificantes”; ¿qué significa “hasta las más insignificantes?”, pues, para comenzar, que hay unas vidas más insignificantes que otras y, además, que hay unas que se ubican en el extremo de la Insignificancia: “hasta las más”, o sea que en la expresión con la que se pretende afirmar que todas las vidas son valiosas se cuela una escala de calificación que hace que unas sí valgan y otras se encuentren en el último peldaño.

Actualmente somos, en números redondos, siete mil quinientos millones de seres humanos: esta es hoy la cifra de la humanidad. ¿Cual será el total de seres humanos que han pasado por la vida desde que apareció el homo sapiens?, o en otras palabras, ¿de qué cantidad estamos hablando cuando hablamos de toda la humanidad hasta hoy? Me asomo al internet (Population Reference Bureau) y descubro una estimación fascinante: el total de personas que han compuesto la humanidad tomando en cuenta todos los tiempos asciende a ciento ocho mil doscientos millones (108 200 000 000), lo que significa que en este momento estamos vivos en números redondos el 7% del total, o sea, que el 93% de los seres humanos están muertos.

Vuelvo a preguntar: ¿habrá vidas inútiles? Noto que la pregunta, ante esta cifra estratosférica, se llena de asegunes y la respuesta es SÍ, pues me resulta tan grande el número que por lógica se me impone que algunos habrán sido imprescindibles y otros prescindibles. Pero, nuevamente, ¿en qué estoy pensando cuando sale como criterio el binomio prescindible-imprescindible? En el impacto que los individuos han tenido en la historia, en la trascendencia de su obra; en que me resultan inobjetables Newton o Mozart, pero no así Juanito de las Pitas u Óscar de la Borbolla…

Y una vez más la vibrante pregunta: ¿habrá vidas inútiles? cambia de dirección, brinca en mi conciencia hacia el no y hacia el sí y, completamente confundido, tomo como tabla de salvación, de salvación personal, entiéndase, un argumento que -aunque suene abstracto y artificioso- refuerza el no y me devuelve, nos devuelve a todos, el democrático derecho a la existencia: el efecto mariposa. En la inconmensurable sopa universal, donde hasta los más insignificantes factores cuentan, yo, tú, él, nosotros, vosotros, ustedes y ellos somos y hemos sido como el aleteo de una mariposa: indispensables para que se haya llegado a este ahora en el que todos estamos sufriendo o disfrutando, o sufriendo y disfrutando de la vida. No. Ciertamente no hay vidas inútiles; aunque no estaría de más que cada quien, incluido yo por supuesto, procurara hacer un poco más para justificar su tránsito y estancia en este tan caminado mundo.

Twitter
@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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